“Era como un cuento de hadas, sus fuertes brazos me rodeaban y me colocaron en la seguridad de mi cama. Pero la gratitud que sentía hacia él pronto se convirtió en horror mientras procedía a quitarse la ropa y ponerse encima de mí. Mi cabeza se había aclarado, pero mi cuerpo todavía estaba demasiado débil para defenderse, y el dolor fue cegador. Creí que estaba siendo partida en dos. Con el fin de mantenerme cuerda, contaba en silencio los segundos de mi reloj despertador. Y desde aquella noche, he sabido que hay 7.200 segundos en 2 horas”.
Todo comenzó en 1996. Stranger, un joven australiano de 18 años que se encuentra de intercambio en Islandia, conoce a Thordis Elva y comienzan a salir juntos. Tras una noche de fiesta, Tom lleva a Thordis a casa y la viola. Días más tarde lo dejan y a los pocos meses Tom se vuelve a Australia.
La herida que dejó esa violación ha tardado 20 años en cerrarse. Ha dolido como en cualquier otro caso de abuso sexual. Pero la historia de Tom y Thordis no es como las demás.
“A pesar de cojear durante días y llorar durante semanas, la violación no se ajustaba a la idea de violación que había visto en televisión. Tom no era un loco armado: era mi novio. Y esto no sucedió en un callejón de mala muerte, sino en mi propia cama. En el momento que pude identificar aquello que pasó como una violación él había vuelto ya a Australia. Así que pensé que no tenía sentido enfrentarme a lo que había pasado. Y además, me sentía culpable de alguna manera”, cuenta Thordis.
“Vivo en un mundo donde a las niñas se les enseña que son violadas por una razón. Su falda era demasiado corta, su sonrisa era demasiado amplia, su aliento olía a alcohol. Y yo era culpable de todas esas cosas. Me tomó años darme cuenta de que sólo una cosa podría haber evitado ser violada esa noche. Y no era mi falda, mi sonrisa, no era mi confianza infantil. La única cosa que podría haber impedido ser violada habría sido que el hombre que me violó hubiera parado”.
En el momento que pude identificar aquello que pasó como una violación él había vuelto ya a Australia. Así que pensé que no tenía sentido enfrentarme a lo que había pasado. Y además, me sentía culpable de alguna manera
Thordis pasó nueve años sufriendo las consecuencias de la violación, entre ataques de nervios constantes. Hasta que decidió enviar una carta al hombre que la violó. Y para su sorpresa, Tom contestó, muy arrepentido de lo que había sucedido. Él también había estado preso del silencio y la culpa durante todo ese tiempo. Ahí empiezan ocho años de correspondencia, escritos en los que se hablaba con honestidad sobre todo lo que había ocurrido esa noche.
Sin embargo, la curación no se completaría hasta que no pudieran hablar en persona de la violación. Por ello quedaron en un punto intermedio entre Islandia y Australia: Sudáfrica.
Allí pasaron una semana donde hablaron de lo que sentían y de cómo había afectado a sus vidas lo que pasó hacía más de 20 años.
“ Por lo que sé ahora, mis acciones aquella noche de 1996 estuvieron totalmente centradas en mí mismo. Me sentía merecedor del cuerpo de Thordis. Había tenido influencias sociales positivas y ejemplos de comportamiento equitativo a mi alrededor. Pero esa ocasión, elegí recurrir a las influencias negativas. De aquellos que creen que las mujeres tienen un valor intrínseco inferior y que los hombres tienen un derecho tácito y simbólico de sus cuerpos. Estas influencias de las que hablo son externas a mí, sin embargo. Y fui solo yo en ese dormitorio tomando las decisiones, nadie más”, explica Tom.
“Hice daño a esta maravillosa persona”, dice. “Soy parte del grupo grande y sorprendentemente cotidiano de los hombres que han tenido comportamientos sexuales violentos con sus parejas”, confiesa Tom durante la charla. “Decirle a Thordis que la violé fue una forma de transferirme la culpa que ella sentía”, explica.
Y continúa: “Demasiado a menudo, la responsabilidad se atribuye a las supervivientes femeninas de la violencia sexual, y no a los hombres que la promulgan. Demasiado a menudo, la negación deja a todas las partes a mucha distancia de la verdad. Definitivamente ahora hay una conversación pública sobre lo que está pasando y como otra mucha gente (…) siento que tenemos la responsabilidad de añadir nuestras voces”.
De hecho, Tom y Thordis han escrito un libro sobre su experiencia compartida. Titulado South of Forgiveness, se trata de un viaje alrededor de todos estos años de culpa, arrepentimiento y perdón.
Demasiado a menudo, la responsabilidad se atribuye a las supervivientes femeninas de la violencia sexual, y no a los hombres que la promulgan.
De todos modos, Thordis quiere aclarar que su intención con el libro no es prescribir lo que hicieron como una fórmula para otras víctimas y violadores. “Nadie tiene el derecho de decirle a nadie cómo manejar su dolor más profundo o su error más grande”, puntualiza.
Thordis y Tom finalizan la charla con un recordatorio: “Ya es hora de que dejemos de tratar la violencia sexual como un asunto de mujeres. La mayoría de casos de violencia sexual contra hombres y mujeres está perpetrada por hombres. Y sin embargo, sus voces no están lo suficientemente representadas en esta discusión de manera profunda. Pero todos son necesarios aquí. Imaginad el sufrimiento que podríamos aliviar si nos atrevemos a hacer frente a este problema juntos”.
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